“A quien no haya descubierto el poder de la belleza le aconsejaría dos
cosas: que lea el libro de Magdalena Bosch y que escuche con los ojos
cerrados un concierto de Mozart para violín y orquesta. Y después,
hablamos”
Cuando tratan sobre la vida moral, los expertos
insisten una y otra vez en la importancia de conocer la verdad y de amar
el bien. ¡Lo verdadero y lo bueno! Pero son muy pocos los que
relacionan la vida moral con la belleza.
Hace unos días expresé esta preocupación a un profesor de ética. Su respuesta fue, más o menos, la siguiente:
«Creo que la belleza tiene muy poca importancia para la ética. Una
persona puede tener una gran sensibilidad estética, extasiarse con una
puesta de sol, y ser, al mismo tiempo, una persona imprudente, injusta,
destemplada y cobarde».
«Sí —le dije—, pero pasa lo mismo
con la verdad. Una persona puede tener profundos conocimientos sobre la
verdad práctica, sobre lo que está bien y lo que está mal, y ser, al
mismo tiempo, una persona imprudente, injusta, destemplada y cobarde».
«Bueno, no es lo mismo. Para ser buena persona, es preciso saber cómo
ser buena persona. En cambio, no es necesario tener sensibilidad para la
belleza».
Ahí lo dejamos.
Pero después dediqué un rato a
eso que tanto nos cuesta: pensar. Me vino a la cabeza una media-virtud
moral: la honestidad. Digo “media”, porque los grandes expertos no la
consideran una virtud en sentido pleno, sino más bien una “pasión”.
(Un
paréntesis: si alguien busca la palabra honestidad en Google, le
aconsejo que vaya prevenido: comprobará que en muchos artículos se
identifica con la sinceridad, que es el significado que actualmente ha
adquirido. No deja de ser una pena, porque quiere decir que muchos han
perdido el sentido genuino de este concepto).
Honestidad, en su
sentido genuino, es el amor a la belleza moral. Y ahora, ahí va un
párrafo de un experto de verdad en cuestiones éticas: «La belleza, en
efecto, puede encontrarse en sentido analógico en los asuntos morales,
es decir en las acciones humanas. Una acción humana es bella cuando
manifiesta el resplandor de lo inteligible en lo sensible, o sea el
orden de la razón en los impulsos pasionales. Si estos impulsos
pasionales se sustraen al dominio de la razón, no son humanos, sino
bestiales e infrahumanos, y eso es lo que constituye la torpeza o
fealdad moral. En cambio, si resplandece en ellos la moderación y el
orden de la razón, la conducta humana es entonces decente, decorosa,
moralmente bella, digna de honor. Y el amor de esa belleza moral es lo
que constituye la honestidad» (J. García López).
Después me vino a
la cabeza una frase más sencilla, que utilizan sabiamente muchas madres
para corregir a sus hijos: «No hagas eso, que es feo» (No dicen “malo”,
sino “feo”). Ojalá que la pedagogía moral siguiera también ese rumbo…
El
sentido de lo bello está íntimamente unido al sentido de lo bueno y lo
verdadero. A pesar de lo que decía el profesor de ética, pienso que
prescindir de la belleza es como prescindir de un sentido (la vista, el
tacto, el olfato… todos son importantes).
Seguí pensando un poco
más gracias a una aspirina, y recordé un gran libro: “Carta a los
revolucionarios bien pensantes”, de André Piettre. Su tesis es la
siguiente (y perdón por simplificar tanto): a un fondo bueno,
corresponde una forma bella. Si cambia el fondo, cambia la forma. Pero
—y esto es lo que quiero subrayar—, si cambia la forma, cambia también
el fondo.
Dicho de otro modo: si es usted una persona con un
fondo moral muy bueno, pero se permite unas formas externas feas, tarde o
temprano perderá usted ese fondo moral. La forma arrastra consigo al
fondo.
Miré hacia mi biblioteca. Allí estaba otro libro
interesante: “Cómo tomar decisiones”, de Peter Kreeft. No necesité
abrirlo. Recordaba muy bien lo que dice sobre la música. En resumen
(perdón de nuevo): la buena música ayuda a ser buena persona; con la
mala música, sucede lo contrario.
¡Ah, C.S. Lewis! En “Las cartas del diablo a su sobrino”, un diablo aconseja vivamente a otro que no
permita que su “paciente” escuche buena música o pase largos ratos en
silencio, porque ambas cosas son muy peligrosas: pueden llevar a Dios.
Por eso el infierno está empeñado en convertir el mundo en un gran
ruido…
¿Siempre pensamos con el apoyo de algún libro? No sé, pero
no se puede pensar en vacío. Necesitas la ayuda de otros para conocer
la verdad. Tal vez por eso me vino a la cabeza un libro más. ¿Uno más?
No. No es uno más. Porque no he encontrado un libro tan breve y sencillo
que hable con tanta profundidad de la belleza. Se titula El poder de la belleza, de Magdalena Bosch, y acaba de ser publicado por la editorial EUNSA, en
la colección Persona y Cultura. Lo considero una pequeña obra de arte.
Tal vez todo lo que he dicho lo dice también la profesora Bosch, pero
mejor dicho. Y no solo habla de la belleza moral, sino también de otros
tipos de belleza. Cuando acabé de leerlo decidí regalárselo con todo mi
afecto al ya mencionado profesor de ética.
A quien no haya
descubierto el poder de la belleza le aconsejaría dos cosas: que lea el libro de Magdalena Bosch y que escuche con los ojos cerrados un
concierto de Mozart para violín y orquesta. Y después, hablamos" Profesor Tomás Trigo. Facultad de Teologia. Universidad de Navarra
No hay comentarios:
Publicar un comentario